Apenas el 11% de los alemanes piensan que el gobierno “ha ido demasiado lejos” con las medidas para mitigar los efectos del COVID19. Esto indica la encuesta más reciente del instituto alemán Infratest dimap. No obstante, esa pequeña fracción de personas ha conseguido una cobertura mediática tan importante que pareciera cumplir con su reivindicación más íntima: la idea de que representan a “la gente”.
Se autoperciben como la mayoría silenciosa que ha decidido salir a la calle, pero no son más que una minoría ruidosa, que se dejan llevar por todo tipo de argumentario. Desde teorías conspirativas hasta indignación generalizada. Dicen oponerse a las medidas del gobierno, al uso de mascarillas, a mantener la distancia social mínima. Pero están generando algo más que eso.
La imagen de un grupo de extremistas de derechas, neonazis y Reichsburger, entre otros, agitando sus banderas negras, blancas y rojas a centímetros del edificio del Bundestag es impensable para cualquier alemán y alemana. A casi 90 años del incendio de ese mismo lugar parece un insulto a toda la política alemana del nunca más, de la lucha contra cualquier atisbo de repetición del horror. “Es un ataque al corazón de nuestra democracia” dijo el Presidente Federal Frank-Walter Steinmeier.
Los sucesos de Berlin han brindado un espacio enorme a una minoría de una minoría. Los neonazis se llevan los titulares y mientras tanto, ya nadie habla sobre la pandemia.
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