El resultado electoral en Baviera demuestra que los viejos partidos mayoritarios (Volksparteien) en Alemania van camino a dejar de serlo. El último de ellos, la Unión Social Cristiana (CSU), ha perdido la mayoría absoluta y con el 37,2% ha obtenido el peor resultado de su historia desde 1950. La fragmentación que observamos a nivel federal se reproduce en cada una de las regiones que componen Alemania. Los minoritarios crecen. Verdes y ultraderechistas por ejemplo alcanzan los dos dígitos y, según región, ocupan lugares de gran protagonismo.
La caída de la CSU (-10,4) y el derrumbe total de la socialdemocracia (SPD), que no llegó al 10% de los votos, nos obliga a pensar en la gran coalición que gobierna el país desde 2013. El castigo es inocultable, es significativo y, sobre todo, es constante. Si observamos la variación en los resultados regionales de ambas fuerzas, CDU/CSU y SPD, la hemorragia en su caudal electoral es evidente
Desde la formación de la tercera gran coalición (2013-2017) tuvieron lugar quince eleccciones regionales. En apenas tres de ellas el SPD logró mejorar su resultado electoral. Las restantes doce elecciones fueron simplemente una pesadilla para los socialdemócratas, quienes vieron como llegaban a perder hasta la mitad de su caudal electoral en algunas de ellas. Por ejemplo, en la de Baviera. Por el lado de la Unión, si bien la situación es levemente mejor, tampoco tiene razones para festejar: en nueve elecciones perdió votos, incluyendo regiones en las que era ampliamente hegemónica. Estamos hablando básicamente del sur alemán. En la gráfica también se puede advertir que la cuestión refugiados ha pronunciado esta caída, en beneficio de los ultraderechistas.
La lenta agonía de la socialdemocracia
No decimos nada nuevo si hablamos de la permanente mala performance del SPD. Sin embargo, en el caso de Baviera es interesante marcar dos elementos. Por un lado, su caída en el voto urbano, en favor de los verdes, es un golpe a la base de la estructura electoral socialdemócrata. Por otro, la decisión de sus votantes de no votar a su partido no se ha traducido en un crecimiento de la abstención, como ha sucedido históricamente con este electorado. Por el contrario, han decidido votar y lo han hecho en gran proporción por los verdes.
Ambos datos son clave para entender el 9,7% del SPD y su continua caída en las encuestas: los votantes socialdemócratas no confían en su partido, pero quieren votar de todas formas. Ya no se conforman con castigar desde la desmovilización, sino que buscan otras opciones. La conclusión de esto la ha dicho Raúl Gil ayer, quien no se anda con rodeos: «Esa gente ya no vuelve.»
Aquí vale hacer una salvedad. En esta elección bávara estamos hablando de una región rica, con un desempleo mínimo y demandas sociales que no se comparan con los problemas al norte del río Main, por no mencionar el este del Elba. En este sentido, es posible que, si el SPD logra recuperar la credibilidad, el voto en las grandes ciudades de otras regiones no abandone a la socialdemocracia. Tal vez ello frente el viaje sin escalas al rincón de los partidos minoritarios.
Primavera verde en pleno otoño
La contracara del SPD son los verdes. No sólo por el trasvase electoral, sino por su capacidad de ofrecer una narrativa alternativa a la dominante promovida por la derecha alemana. El discurso del miedo, devenido en odio, no había tenido hasta ahora una respuesta que procurase desarrollar un frame alternativo. Los verdes lo han conseguido en Bayern. Se trata de un marco interpretativo que ha sabido movilizar electorados diversos, ex socialdemócratas y ex conservadores, a partir de los valores que comunica.
Los verdes pusieron en la agenda el cuidado del medio ambiente, de la responsabilidad de cada uno en esa tarea, y lo hicieron en un contexto de sequía. Es decir, el cambio climático estaba más presente que nunca en la cabeza de los ciudadanos bávaros. Al menos en aquellos que viven bien, tienen dos autos, casa, buenas escuelas, hermosos paísajes y mucho tiempo libre para pensar en necesidades postmaterialistas. El frame estaba ahí, esperando por ser activado. Activar frames mentales es básicamente permitir que los votantes reconozcan valores propios en los discursos políticos. Y eso fue lo que hicieron los verdes.
Los valores morales básicos de cualquier cristiano, recordemos que Baviera es mayoritariamente católica, hablan del amor al prójimo. El hecho de juzgar al otro por su color de piel, su procedencia o sus costumbres es algo que no encaja allí. La CSU rompió ese límite cuando intentó eliminar a AfD derechizando su discurso. El partido verde fue capaz de posicionarse como un representante de esos valores en su campaña electoral. No es que los verdes sean más o menos religiosos. No. La clave es que los verdes supieron recordarle los bávaros, cuáles son sus principios, qué valores le enseñan a sus hijos y en qué tipo de sociedad quieren vivir. Esa narrativa fue capaz de vencer al relato del miedo.
La cuenta pendiente para los verdes es romper la barrera del Elba. En Prusia los verdes son un partido que lucha por superar el 5%. Allí su agenda pierde potencia y posiblemente esto se deba a que la cultura no es la misma que en Alemania Occidental. Su desafío será desarrollar un mensaje que también pueda penetrar en esa región, si es que efectivamente quieren transformarse en una respuesta federal para aquellos que buscan una alternativa y que a la vez no comulgan con la oferta ultraderechista.
La ultraderecha sigue allí
Evaluar el resultado electoral de Alternativa para Alemania (AfD) desde los extremos es un error. En efecto, no fue una elección notable de la ultraderecha. Pero tampoco se puede decir que han obtenido un mal resultado. En primer lugar, han consolidado un caudal electoral de dos dígitos, sosteniendo lo obtenido en las federales de 2017 y además ingresando a un nuevo parlamento regional. En segundo término, han conseguido representar a un conjunto de votantes que hace cinco años estaban diseminados en distintos partidos políticos pequeños y que hoy encontraron refugio en AfD. Un tercio de su electorado viene de esas voluntades atomizadas. Tercero, no sólo pudo convencer a un tercio de los votantes que huyeron de la CSU, sino que AfD fue el segundo partido que más abstencionistas movilizó.
Estos tres puntos ponen de manifiesto que la ultraderecha es una opción electoral en Alemania y que, lejos de tender a reducirse, se está consolidando en cada una de las regiones del país. Luego de Hessen, que celebra elecciones en dos semanas y en donde tiene un 13% de intención de voto, AfD deberá comenzar a desarrollar la estrategia para las europeas de 2019. Ese será el verdadero punto de inflexión, no solo para la ultraderecha en Alemania, sino para todo el espectro eurófobo y ultraderechistas del continente.
Lo que viene
Antes de derrochar teclas en las consecuencias de esta elección respecto a cambios de gobierno, renuncias, peleas y demás, observaremos durante algunos días los movimientos de los actores. Las preguntas están sobre la mesa: ¿Esperará Merkel hasta Hessen para tomar decisiones de peso? ¿El ministro del Interior Seehofer (CSU) bajará el perfil o lo endurecerá? ¿La CSU presionará desde sus bases para exigir renovación? ¿Y las del SPD? ¿Seguirán aceptando a la actual cúpula? Las respuesta a todo esto. En los próximos días.
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