La gran coalición entre democristianos (CDU), socialdemócratas (SPD) y socialcristianos de Baviera (CSU) se forjó medio año después de la celebración de las elecciones federales. Nunca se había demorado tanto. El dilatado proceso profundizó el desencanto de la población con los partidos tradicionales que en las urnas ya había manifestado su reprobación: el segundo peor resultado de la CDU (32,9%), el peor del SPD desde 1945 (20,5%) y una caída catastrófica de diez puntos para la CSU en Baviera. Sin embargo, la cúpula de los tres partidos decidieron ignorar el golpe electoral y firmaron el acuerdo. La coalición de los perdedores.

Ha pasado un año de aquellas elecciones. Lejos de mejorar, la situación de las tres fuerzas gobernantes ha empeorado. Las mediciones de opinión pública muestran que más de dos tercios se manifiesta insatisfecho con el trabajo del gobierno. En consonancia con ellos, la intención de voto a nivel federal es la más baja de la historia para cada uno de ellos. Incluso en el territorio de la CSU, donde habrá elecciones regionales en dos semanas, los sondeos auguran una fuerte caída de los conservadores bávaros: perderán cerca de 30 escaños.

La demoscopía simplemente refleja la imagen de un gobierno que no ha logrado generar confianza. La sensación de inestabilidad crece. Dos crisis gubernamentales serias en seis meses es demasiado. ¿Hasta cuándo es sostenible esta alianza de gobierno?

La devaluación de la Groko: la coalición de los perdedores

La formación de una nueva gran coalición, la tercera en apenas doce años, significó entonces un desafío doble para sus tres miembros. Por un lado, debían reconstruir la legitimidad perdida, reflejada en la masiva caída electoral, con el agravante de insistir con la misma fórmula gubernamental. Los medios la llamaron „la coalición de los perdedores“. Por otro, estaban obligados a hacer frente a un escenario político nuevo marcado por el ingreso de la formación ultraderechistas Alternative für Deutschland (AfD) al Parlamento Federal.

Ambos desafíos fueron abordados de diferente manera por cada uno de los partidos. La CDU de Merkel se decidió por una renovación interna que promovía figuras jóvenes manteniendo a la canciller al frente. El SPD forzó la retirada de Martin Schulz y puso las fichas en el aparato partidario con Andrea Nahles a la cabeza. Y finalmente la CSU decidió generar un doble comando partidario con Horst Seehofer como presidente del partido y representante en el gobierno federal (ministro del Interior) y Markus Söder como gobernador (Ministerpräsident) de Baviera y candidato para las próximas regionales.

El resultado de estas tres estrategias combinadas, sumadas a la presión de las encuestas que no mostraban mejoría para ninguno, llevaron al gobierno al borde de la ruptura. Y en más de una ocasión.

La primera crisis sucedió a fines del mes de junio. Un envalentonado ministro del Interior, Horst Seehofer (CSU), sacó un „masterplan“ de la galera con el cual pretendía „solucionar“ el problema del asilo en Alemania. Dicho plan no sólo desafiaba la autoridad de la canciller Merkel, sino que demostraba que a tres años de aquella crisis de refugiados de 2015 el gobierno alemán seguía sin desarrollar una política coherente sobre el tema. El plan no solucionó nada, sino que por el contrario generó más desconfianza en el interior del gobierno y transmitió inquietud a la población y al resto de los líderes europeos, con el presidente francés Emmanuel Macron a la cabeza. ¿De qué lado está el gobierno alemán? ¿Acaso apoya la concepción ultraderechista de una Europa fortaleza?

La crisis gubernamental se resolvió durante una madrugada de verano. Hubo amenazas de renuncia, reclamos indirectos y provocaciones cruzadas. La coalición no se rompió. Sin embargo, quedó a la luz la falta de armonía y el egoísmo de algunos de sus miembros, cuyo accionar obedecía a satisfacer sus propios intereses.

La segunda crisis llegó unos meses después: El caso Maaßen y su reubicación bajo el ala protectora del ministro Seehofer. Todo ello en un contexto muy complicado tras los sucesos de Chemnitz y las violentas manifestaciones de la extrema derecha. Las más importantes de los últimos años. El escenario de crisis parecía copiado de la anterior. Una vez más Merkel enfrentada con su propio ministro del Interior. Una vez más el partido Socialdemócrata (SPD) sin saber ni cuándo ni cómo reaccionar. Una vez más caos y desconfianza dentro del gobierno.

Cuando los grandes caen, suben los chicos

Lo que sucede dentro de gobierno impacta necesariamente en la opinión pública. Al menos las encuestas así lo reflejan. Para los mayoritarios las encuestas de intención de voto durante todo 2018 han tenido una sola dirección: hacia abajo. Tras la primera crisis de gobierno de julio pasado, el partido de Merkel y sus aliados bávaros han caído por debajo del 30%. Récord negativo histórico del cual hasta ahora no han sido capaces de recuperarse.

Esta situación promueve como nunca antes el debate de la sucesión de la canciller. ¿Quién tomará las riendas de la CDU? ¿Podrá Merkel influenciar la decisión de su partido? ¿Será un proceso pacífico o, por el contrario, el inicio de una batalla interna?

Por el lado de los socialdemócratas el escenario es aún más inestable. El SPD ha sido incapaz de lograr una intención de voto por encima de los 20 puntos. Algo que pone en duda que siga siendo un partido mayoritario. La dirigencia se muestra desorientada y pareciera que su estrategia se basa sencillamente en esperar por un milagro. Todo indica que no habrá milagros. En otras palabras, esperar que sin cambiar nada los resultados sean diferentes es absurdo.

La contracara de la situación que viven democristianos y socialdemócratas en las mediciones de intención de voto son los ultraderechistas y los verdes. Ambos se han acercado al segundo lugar y, según el instituto, hasta lo han conseguido.

Los ultraderechistas de Alternative für Deutschland (AfD) han logrado beneficiarse más que ninguno de la crisis en Chemnitz. Su marcha del silencio y su frame „los alemanes estamos en peligro“ a causa de la inmigración ha empujado los números de AfD hasta el 18%. La más alta intención de voto desde que el partido fue fundado en 2013. El este de Alemania, allí donde solía levantarse la RDA, se ha convertido en el territorio predilecto de los ultraderechistas. Números por encima del 20% en cada una de las regiones ponen a AfD a pelear el primer lugar con la CDU.

Está claro que la indignación con la CDU alimenta este crecimiento de la ultraderecha. Sin embargo, no es el único factor. La estrategia de la CSU de derechizar el discurso no ha hecho más que reforzar el de AfD. A tal punto ha sucedido esto que el slogan de campaña de la ultraderecha reza: „Hacemos lo que la CSU promete“.

No obstante, cabe destacar que en Bayern en particular es posible observar la existencia de un primer techo electoral para AfD. Desde hace semanas la formación ultraderechista se ha estancado entre 12% y 14%. Pero lo interesante es que la CSU continúa perdiendo puntos. Es decir, los conservadores bajan y la ultraderecha no sube, y con ello se rompe una relación de correspondencia entre ambas fuerzas. Se divisa así una diferencia importante entre dos grupos que convivían en el electorado de la CSU: Los ultraconservadores, ya emigrados a la AfD, y los centroderechistas, partidarios de Merkel que han visto los límites de lo moralmente aceptable en las expresiones xenófobas de los líderes de la CSU. Estos últimos también desean mostrar su enfado. Y lo harán votando a los verdes.

El partido verde es el segundo gran favorecido por la caída de los grandes. Los verdes parecen ser la opción a aquellos de centro, tanto a la derecha como a la izquierda, que ya no confían en los partidos gobernantes pero que al mismo tiempo no están dispuestos a apoyar respuestas radicales. Tal vez con algo de viento a favor por el regreso del tema del clima a la agenda pública, los verdes están en condiciones de discutir el segundo lugar con los socialdemócratas según algunas encuestadoras.

La zona de crecimiento más importante es el oeste de Alemania. En especial, el sur del país. Ya gobiernan en Baden-Württemberg desde 2011 y en Hessen desde 2015. A ellos se suman otras siete regiones con participación minoritaria de los verdes en el gobierno. La contracara de ese crecimiento es su mal desempeño en el este. Allí los verdes pasan a ser un partido que lucha por superar la barrera del 5%. Este desequilibrio pasa a ser la mayor dificultad para este partido en su objetivo de convertirse en la segunda fuerza de Alemania.

El juego del miedo

Es cuestión de tiempo para que estalle una nueva crisis en el gobierno alemán. Las razones sobran. Sin embargo, lo que también sobra es el miedo. Un miedo que parece ser el único freno para una ruptura definitiva. El miedo a nuevas elecciones, a tener un parlamento aún más fragmentado, a empeorar aún más los resultados electorales, a perder más terreno frente a la ultraderecha, a precipitar el fin de la era Merkel. El miedo es el único freno para la ruptura definitiva.

La posición de la cúpula de los tres partidos es muy clara y los aparatos partidarios correspondientes acompañan y apoyan como es de esperar. No obstante, hacia el interior de cada una de las tres fuerzas existen grupos cuyo malestar va en aumento. Son los que pujan por una renovación. Son aquellos que recibieron algunas migajas tras las negociaciones de coalición.

Los jóvenes del SPD, autores de la rebelión de los enanos, no dudan en poner el grito en el cielo cuando Andrea Nahles (SPD) toma una decisión sin consultarle a los gremios del partido. Siguen dolidos por la derrota en el referéndum. El ala más conservadora de la CDU, cansados de Merkel, de su estilo de liderazgo y asustados por la estrepitosa caída en las encuestas, buscar rehacer el perfil de su partido. La sorpresiva derrota del escudero de la canciller en el grupo parlamentario de la CDU/CSU ilustra el nivel de conflictividad que se vive en la Konrad-Adenauer-Haus. Y en Baviera, los ánimos están por el suelo y la indignación por las nubes. Alguien pagará por la anunciada deblacle electoral de octubre en las regionales. Y Seehofer tiene todos los números.

Esta presión interna no es casual. Por el contrario, el malestar deja al descubierto la necesidad de renovación que los líderes de la CDU, el SPD y la CSU decidieron posponer. Creyeron que la formación de un gobierno, tras es fracaso de Jamaika, era lo más importante. Pero, como suele pasar, confundieron lo urgente con lo importante.

La política alemana ha conseguido entonces atrasar lo inevitable. Para muchos el balance que hará la gran coalición el próximo año podría transformarse en un punto de inflexión. Sería la oportunidad para que tanto los democristianos como los socialdemócratas lleven adelante lo que no pudieron ni quisieron cuando los alemanes votaron hace ya doce meses atrás.

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