publicado originalmente en Agenda Pública / El País. 28.10.2019.
Demócrata cristianos y socialdemócratas no detienen su caída. En el Este de Alemania sólo sonríen los ultraderechistas y la izquierda postcomunista. Pareciera que el centro, aquel amplio lugar que solían ocupar los mayoritarios, se ha desvanecido. El fin de la era Merkel deja un escenario fragmentado que se manifiesta aún más pronunciado en las regiones de la antigua RDA.
Los resultados de las elecciones regionales en Thüringen, ubicada en el Este del país, indican que a 30 años de la reunificación los partidos políticos de Alemania Occidental ya no logran movilizar a los ciudadanos. En 1990 la porción del electorado que se inclinaba por el centro izquierda y el centro derecha alcanzaba el 70% de los votos. Ayer ese número se redujo a apenas el 29%. En contraposición, más de la mitad de los sufragantes eligieron partidos ubicados en los márgenes del espectro político: 31% optó por die Linke, la izquierda postcomunista; 23,4% prefirió a la ultraderecha de Alternative für Deutschland (AfD).
Pese a que ambos aumentaron su caudal electoral, la diferencia entre ambos resultados se da en la magnitud de ese crecimiento. Mientras que die Linke logró unos 80.000 votos más que en 2014, la ultraderecha consiguió más de 150.000 nuevos votantes. Dicho crecimiento se sostiene fundamentalmente en el aumento de la participación electoral. En efecto, cerca de un tercio de los ex abstencionistas se inclinaron por AfD, lo cual refuerza dos conclusiones que se mantienen constantes en las últimas elecciones regionales en Alemania, en incluso en algunos lugares de Europa:
1- La ultraderecha moviliza más eficientemente a los sectores indignados y frustrados con la política tradicional, son expertos en capitalizar el descontento;
2- El aumento en la participación electoral no está directamente relacionado con la movilización ciudadana para contener el crecimiento ultraderechista. Al menos no siempre, con lo cual la hipótesis queda descartada.
La lenta consolidación ultraderechista
Hace apenas cinco años, cuando la fuerza ultraderechista todavía era definida como un fenómeno temporal y volátil, la composición de su electorado por edades indicaba una sobrerepresentación en las franjas más jóvenes. Sin embargo, en ese momento, tanto die Linke como la Unión Demócrata Cristiana (CDU) la superaban con creces. Un lustro después, según los datos del instituto Forschungsgruppe Wahlen, AfD se ha impuesto en todas las franjas etarias con excepción de la de mayores de 60 años. Allí gana la izquierda.
Este dato indica que la penetración del discurso ultraderechista es mucho más profunda de lo esperado. Recordemos, según muchos analistas, AfD tenía fecha de vencimiento ya en 2015 cuando decidió incorporar plenamente el componente islamófobo de agrupaciones como PEGIDA (Patriotas Europeos en contra de la Islamización de Occidente). La radicalización sólo podía traducirse en rechazo y las urnas los certificarían. La ecuación no ha funcionado y la ultraderecha en el Este alemán posee ya un cuarto de los sufragios en todas las regiones.
Para las zonas más abnegadas de la ex RDA la ultraderecha se ha transformado en un catalizador de miedos, rencores y frustraciones. La promesa de la reunificación no ha sido cumplida, al menos esto es lo que piensan más de dos tercios de los alemanes orientales que se sienten “alemanes de segunda clase” (Encuesta de Infratest dimap, 2019). Los jóvenes que emigran, la falta de oportunidades en múltiples sectores económicos, el desfasaje cultural histórico colabora a ampliar una grieta creciente. El slogan de AfD refleja que este partido leyó este escenario mejor que el resto: “Termina de terminar [sic] la reunificación”.
El envejecimiento del electorado de die Linke tampoco es alentador. Lo mismo le sucede a los partidos mayoritarios. Tanto la CDU como el partidos socialdemócrata (SPD) no sólo pierden electores sino que los que se quedan, envejecen. Convencer a un votante joven parece una imposible para las fuerzas de centro. Posiblemente, la cantidad de años que llevan en el poder, reeditando la Gran Coalición a diferentes niveles de gobierno, sea un factor que explique esa sangría. Tanto los ultraderechistas como los verdes (Bündnis90/die Grünen) se benefician de ello.
Dos Alemanias
Así como en el Este AfD crece y se consolida, en el Oeste sucede algo similar con el partido ecologista. La revolución verde se extiende e incluso a nivel federal llegaron a disputarle el primer lugar en las encuestas de intención de voto al partido de la canciller Merkel. Sin embargo, esta revolución se detiene a orillas del río Elba. Allí donde antaño se encontraban los límites del imperio de Prusia. Una frontera relativamente equiparable a la de la ex RDA. El partido verde en aquellas regiones es prácticamente un partido testimonial que a duras penas supera el 5% de los votos que le permite tener representación parlamentaria. Con la excepción de las ciudades, el partido verde es inexistente.
Las diferencias culturales entre ambos lados de la cortina de hierro alemana reaparecen en términos electorales tres décadas más tarde. La fragmentación se profundiza a ambos lados, pero las voces son diferentes. A un lado se potencia un discurso nativista, etnonacionalista, identitario. Al otro germina la agenda postmaterialista, la preocupación por la crisis climática, la igualdad de género y una visión proeuropea.
Incertidumbre: tierra desconocida para los alemanes
Alemania vive actualmente un reordenamiento de su sistema de partidos. Es preciso remontarse hasta el fin de la segunda guerra mundial para encontrar un escenario fragmentado como el actual. En todos los parlamentos del país se observa el mismo fenómeno. Y a medida que se suceden las elecciones, se profundiza.
Para formar gobierno en alguna región alemana es necesario formar coalición y en la mayoría de los casos hacen falta tres partidos, o incluso cuatro, como es el caso de Thüringen, donde ayer tuvieron lugar los comicios. El gobierno en minoría pareciera estar descartado, aunque visto el escenario actual, debería comenzar a tomarse en cuenta. Y es que las nuevas coaliciones son tan complejas que obligan a los partidos a repensar sus posicionamientos históricos. Ejemplo de ello es el caso de la CDU de Merkel, que consecuentemente se había negado a siquiera dialogar con la izquierda postcomunista (die Linke). Una encuesta en Thüringen, publicada ayer tras las elecciones, indica que el 69% de los encuestados cree que la CDU debería revisar esta decisión. Incluso los propios votantes de la CDU piensan de esta manera (68%).
El fin de la era Merkel no será fácil para Alemania. Y no se trata sólo de una falta de liderazgo por parte de los partidos mayoritarios. La fragilidad de estos últimos y la desconfianza de ciertos sectores que históricamente los han apoyado, han facilitado el crecimiento de otras opciones políticas. El centro se achica en Alemania y con ello crece la incertidumbre.